Lo imposible

EN SHOCK. No me lo quito de la cabeza. Me aterra lo cruel que es el azar. La fragilidad de un camino que se hace al andar, como decía el poeta, y que se interrumpe de golpe, sin preguntar. El verano, por alguna razón, es una época vulnerable. Susceptible de atraer agujeros que se esconden en el camino. La telaraña se rompe por varias zonas. A la vez. Y resulta casi esperpéntico contemplar desde arriba, como cualquier Dios, sin inmutarse, que es compatible que muera un bebé de dos meses aplastado por un coche, al mismo tiempo que se entrega un premio de belleza, que se celebran las fiestas de tu pueblo, o que otra madre, al parecer con problemas psiquiátricos, asfixie a su hija de menos de 30 días de vida. Cómo la fortuna puede tener tan poca compasión, tan poca paciencia con un ser humano que va tejiendo su destino como puede. Y hay tantas distracciones sin consecuencias que cuesta entender cómo otras son definitivas. Mortales. Secas. Ocho de la tarde de un 26 de agosto, una pareja deja el portabebés, con su criatura de dos meses, en el suelo, un instante, mientras guarda unas bolsas en el maletero. La niña se desliza hasta la carretera y un coche se la lleva por delante. Brutal. Ni la mente más retorcida podría imaginar una muerte tan fortuita, tan absurda, tan fuera de lugar. Y no se trata de pensar que a quién se le ocurre apoyar el cuco entre dos coches, que cómo es posible no prever lo que puede pasar. No. No vale. Porque momentos de irritación, de nervios, de confusión, en los que organizas el puzzle por intuición, con prisas, o sin pausa, no siempre tan alerta como desearías, los tenemos todos. Es inevitable. Pero en esa décima de segundo en la que todo confluye para que la vida funda en negro, para que se te rompa el corazón, para que te parta un rayo en dos y quieras desaparecer para siempre, en ese momento grotesco, desproporcionado, sucede lo imposible. Número 36 de la Calle Higueras, en pleno barrio de La Latina de Madrid, y ya, para esos padres, el mismísimo infierno. El otro lado. La maldita oscuridad desde donde no volver más. Es como romper el lienzo de un zarpazo. No hay más trazo. Ni nada que pintar. No hay nada. Porque, después de esto, ¿dónde vas?, ¿qué haces?, ¿en qué puedes creer? Es otra vida. Visualizo una y otra vez a esos padres, que giran la cabeza y se encuentran el fin del mundo en una sola imagen. Una imagen que se repetirá siempre. Como la peor de las pesadillas.

@cayetanagc